XVIII. Custodia


El cristal de tus pupilas
refleja el fuego del falo
que se acerca hasta tu rostro
deseoso y palpitando.

Tu boca tan anhelante
toma su extremo inflamado
y lo abrazan lentamente
tus carnosos dulces labios.

Ayudada por tus dedos
devoras con hambre el tallo
que renace de mi vientre,
lo recoges con tus manos,
lo degustas suavemente
y pretendes custodiarlo
-ya firme y desafiante-
en tus recintos sagrados,
pues mi sexo es tu alimento
y tu cuerpo, mi descanso.

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